Crítica: Que Dios nos perdone (2016)

14.10.2020

Valoración: 4/5

Que Dios nos perdone supuso para Rodrigo Sorogoyen el golpe de gracia necesario para entrar de lleno en las grandes producciones nacionales. Su decisión fue arriesgada, dado que nunca antes había dirigido un thriller, pero, como se refiere el dicho: "quien no arriesga, no gana". Y vaya que si ganó. 

Seis nominaciones y un Goya a Mejor Actor para Roberto Álamo; Premio del Jurado a mejor guion del Festival de Cine de San Sebastián; Premio Feroz a Mejor Actor; Premio Forqué también a Mejor Actor y dos nominaciones; Premio Platino... Que Dios nos perdone fue un rotundo éxito tanto de público como de crítica, y significó el descubrimiento de un director que tenía ideas muy buenas, pero nunca el presupuesto suficiente para plasmarlas. 

Algunos de sus anteriores trabajos, como 8 citas (2008), La pecera de Eva (2010), o Stockholm (2013), mostraban una dirección firme de la mano de un realizador joven y enérgico. Sin embargo, la crítica no fue favorable y parecía que su carrera quedaría relegada a series de televisión de alcance nacional o largometrajes de segundo plano (con todo el respeto hacia este tipo de producciones). Nadie se imaginaba que junto con Isabel Peña, su amiga de la Universidad de Navarra y guionista de muchos de sus proyectos, iba a despertar una trayectoria que ha dado y dará grandes alegrías al cine español.  

La historia que nos cuenta Que Dios nos perdone no destaca por su originalidad. Estoy seguro que todos aquellos que la hayan visto encontrarán influencias de Seven (1995), la obra maestra de David Fincher, o de True Detective (2014), de Nic Pizzolatto: dos detectives, con personalidades muy diferentes, deben intentar encontrar a un asesino escurridizo y aparentemente invencible. Sin embargo, el largometraje sabe cómo intercalar el desarrollo de la trama con el trasfondo de los personajes, cómo generar tensión y, sobre todo, cómo mantenernos pegados a la pantalla. No sólo nos encontramos ante una historia de asesinos y policías: el guion de Isabel Peña introduce ciertos temas de carácter humanista que aportan variedad a la trama. Vemos cómo nuestros protagonistas soportan el trauma y la violencia inherentes en su profesión; lo complicado que resulta mantener una familia a flote; las traiciones y mentiras de las altas esferas burocráticas o, incluso, cómo la niñez dirige para siempre nuestra vida adulta. 

Como he comentado anteriormente, esta es una película que, como Seven, no se centra en el asesino, sino en la investigación para encontrarle. Veremos muchos cadáveres a lo largo de la cinta, y Sorogoyen no encuentra inconvenientes en mostrar unos cuerpos tan frágiles y endebles como la psique de nuestros protagonistas. Sin embargo, los últimos compases del largometraje no aportan un final satisfactorio, que decae y deja una sensación de vacío. La historia, además, exuda un ligero tufo a machismo que también fue criticado en otra narrativa de detectives, True Detective. En esta historia, las mujeres son violadas, maltratadas o sufren por los hombres, y apenas aportan valor a la cinta. Repito, este matiz es ligero, dado que encontramos personajes femeninos de cierta fuerza, pero quedan relegados a papeles de esposas, amantes e hijas de unos personajes que, aunque estereotípicos, brillan gracias a las grandes actuaciones de Antonio de la Torre y Roberto Álamo. 

Y es de Roberto Álamo de quien debemos hablar. A pesar de que su personaje resulta estereotípico durante los primeros compases de la cinta, descubrimos un interesante desarrollo y una actuación sobresaliente. No conocía a este actor de antes, pero sus gestos, su manera de expresarse y, sobre todo, su físico confieren a sus personajes fuerza y personalidad suficientes para destacar junto con Antonio de la Torre como compañero. Al igual que ocurre con Álamo, el personaje se le queda pequeño: comienza bien, ofreciendo una interesante mirada a un detective concienzudo y con problemas de sociabilidad, pero termina cayendo en un papel plano, con apenas evolución y que sólo comienza a cambiar al final del largometraje. Esto no quiere decir que su actuación no sea convincente. De la Torre ofrece, como es habitual, una actuación sólida y creíble. 

Los secundarios, liderados por Javier Pereira y Luis Zahera, aportan calidad a una película que, en general, presenta buenas actuaciones. Pereira da vida al antagonista de la historia, y aunque su tiempo en pantalla es limitado, comprendemos las motivaciones y problemas de su personaje, amplificado gracias a la excelente dirección de Sorogoyen. 

La película está narrada con fuerza: Sorogoyen, pese a su juventud, sabe la historia que quiere contar y cómo hacerlo, dando muestras de un carácter maduro y una sensibilidad visual cultivada. Las secuencias de acción, aunque escasas, ensalzan las virtudes de un montaje compacto y un estilo cinematográfico decidido. Nada sobra a lo largo de la película: cada escena avanza la trama y perfila a los personajes, a la vez que mantiene la atención del espectador. No hay florituras con la cámara ni experimentos estilísticos: siguiendo la estela de Hitchcock y Kubrick, las imágenes que se suceden en pantalla son precisas y buscan desarrollar la trama de manera sencilla y directa. Es cierto que, si prestamos atención, seremos recompensados con alusiones a otros momentos de la película: unas flores como patrón común, un libro como definición de un personaje, una estancia como una personalidad definida... Esto hace que la película satisfaga tanto a los que les gusta relajarse como a los freaks cinematográficos, que saben que el dinero que pagaron por la entrada mereció la pena. 

La fotografía demuestra calidad. Álex de Pablo, el director de fotografía,   presenta muy bien los espacios en los que se mueven los protagonistas, y es capaz de generar tensión con muy pocos elementos narrativos. Cabe destacar la secuencia de la escalera, completamente terrorífica y, por tanto, sobresaliente. Los espacios cerrados se convierten en expresiones psicológicas, y el montaje sabe cuándo apretar y cuándo dar aire a los personajes. 


La banda sonora no destaca, pero cumple su cometido. La melodía principal no es desagradable, aunque se echa en falta un poco más de personalidad y fuerza para acompañar a un guion que atrapa al espectador y no lo suelta hasta los créditos. Si este apartado hubiera estado más cuidado, el producto final hubiera sido más redondo y destacable. Todos los grandes thrillers son reconocibles gracias a una canción, una melodía que los diferencia y a la vez los define. La ausencia de este reclamo auditivo otorga frialdad a la cinta y reduce su personalidad de cara a la memoria del espectador, normalmente saturado de contenido.

Que Dios nos perdone es una cinta notable y uno de los thrillers españoles más destacados del último lustro. Su guion, aunque presenta fallos y muestra unos personajes aparentemente estereotípicos, aporta adrenalina y tensión suficientes para enganchar al espectador. Sorogoyen llama a la puerta del éxito comercial y Roberto Álamo brinda una actuación muy conseguida y satisfactoria. Echo en falta una mayor originalidad en sus personajes y un final mejor, pero la dirección y la fotografía aúpan una cinta destinada a entretener y satisfacer a cualquiera que le de una oportunidad. El cine español está de enhorabuena, pues ha descubierto a un director con garra, energía, y que gusta al público. ¿Qué más se puede pedir?


Marcos Angulo

Valenciano de nacimiento y extremeño de corazón. Fascinado por el cine y la literatura, tiene tantos libros sin leer como historias que contar. En Planos y Píxeles escribirá sobre películas, directores y la industria cinematográfica. Hasta quizás os hable de videojuegos si tiene el día. 

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